BANANAS, ABOGADOS Y AMETRALLADORAS
Dominicales 11 diciembre, 2011
Por: Roberto Bardini
Creada en 1899, la compañía bananera United Fruit se estableció en
pocos años en alrededor de una decena de países del continente. Los
pioneros del imperio del plátano no fueron economistas, ni contadores,
ni administradores de empresa, ni –mucho menos– filántropos. Eran
especuladores, aventureros y buscavidas dispuestos a enriquecerse por
cualquier medio.
En 1916, un diplomático estadounidense acreditado en Honduras
calificó a una empresa, que luego se unió a la United Fruit, como “un
estado dentro del estado”. Y aunque cambió varias veces de nombre,
siempre fue un poder detrás del trono. Sobornó a políticos, financió
invasiones, promovió golpes de estado, quitó y colocó presidentes, acabó
a balazos con huelgas y respaldó a escuadrones de la muerte. En 1970,
la United Fruit se fusionó con otra firma y pasó a llamarse United
Brands. En 1990 volvió a cambiar de nombre: ahora es Chiquita Brands.
Con 15 mil hectáreas en América Latina y cerca de 14 mil trabajadores,
sigue siendo un gigante del negocio.
“El hombre banana”
Samuel Smuri, hijo de un campesino judío de Besarabia (Rusia), llega a
Estados Unidos en 1892, a los 15 años. A los 18, cambia su apellido por
Zemurray y comienza a comprar a bajo precio plátanos a punto de
descomponerse en los muelles de Nueva Orleáns, que luego vende
rápidamente en pueblos cercanos. A los 21, posee cien mil dólares en una
cuenta de banco.
Sam Zemurray no tiene estudios y no logra hablar bien el inglés, pero
ya está listo para los grandes negocios. Se casa con la hija de Jacob
Weinberger, el vendedor de bananas más importante de Nueva Orleáns,
compra una empresa naviera en bancarrota y en 1905 desembarca en Puerto
Cortés (Honduras). Allí adquiere otra compañía al borde de la quiebra,
la Cuyamel Fruit Company. En 1910 es dueño de seis mil hectáreas, pero
está endeudado con varios bancos estadounidenses. Entonces decide
apoderarse de todo el país a muy poco costo. Lo logra al año siguiente.
Las
compañías bananeras no solo controlaron el comercio de bananos sino
también el de transporte de pasajeros entre Miami y Puerto cortes
Zemurray regresa a Nueva Orleáns y busca a Manuel Bonilla, ex
presidente hondureño exiliado, a quien convence de dar un golpe de
estado para recuperar el gobierno. Bonilla es un ex carpintero,
violinista y clarinetista que al calor de las guerras civiles llegó de
cabo a general. Zemurray también entusiasma para participar en la
aventura centroamericana al “general” Lee Christmas, un soldado de
fortuna, y a su protegido Guy “Ametralladora” Molony, un pistolero
profesional. En enero de 1911, los cuatro se embarcan junto con una
gavilla de corsarios rumbo a Honduras. Armados sólo con una
ametralladora pesada, una caja de rifles de repetición, 1.500 kilos de
municiones y varias botellas de bourbon, durante un año los mercenarios
arrasan todo a su paso, llegan a Tegucigalpa y el 1 de febrero de 1912
instalan a Bonilla en el poder.
En 1911, el agradecido presidente otorga a Zemurray una concesión
libre de impuestos de diez mil hectáreas para cultivar bananos durante
25 años. “El territorio controlado por la Cuyamel es un estado en sí
mismo”, informa el cónsul estadounidense en Puerto Cortés en 1916.
“Alberga a sus empleados, cultiva plantaciones, opera ferrocarriles y
facilidades terminales, líneas de vapores, sistemas de agua, plantas
eléctricas, comisariatos, clubes”. En 1929, en medio de una gran crisis
mundial, el comerciante ruso vende la Cuyamel a la United Fruit a cambio
de 3oo mil acciones valuadas en 31 millones de dólares, lo que le
permite quedar como el principal accionista individual. Para entonces al
especulador ya se le conoce como “el hombre banana”. Sam Zemurray ocupa
altos puestos en la United Fruit Company hasta 1957, incluyendo la
presidencia. En 1961, a los 84 años, fallece víctima del mal de
Parkinson. Uno de sus abogados, H. V. Rolston, es autor de una frase
que pasa a la historia centroamericana: “En Honduras esmás barato
comprar un diputado que una mula”.
La masacre de Santa Marta
En 1928 la United Fruit Company llevaba casi tres décadas en Colombia
y se beneficiaba de la falta de legislación laboral. El 6 de diciembre
de ese año, luego de un mes de huelga, tres mil trabajadores de la
empresa se reúnen en los alrededores de la estación de trenes de
Ciénaga, en el departamento de Magdalena, al norte del país. Ha corrido
el rumor que el gobernador llegará para escuchar sus reclamos. El
funcionario nunca llega y a ellos los acribillan a tiros.
El banano llego a ser uno de los rubros de exportación mas importantes del país durante las primeras decadas del siglo XX
A pedido de la compañía bananera, el ejército había rodeado el lugar.
El general al mando da cinco minutos para que la multitud se disperse.
Transcurrido ese plazo, ordena a la tropa que dispare. Según el
gobierno, murieron “nueve revoltosos comunistas”. Sin embargo, el 29 de
diciembre de 1928 el cónsul estadounidense en Santa Marta envía un
telegrama a Washington en el que indica entre 500 y 600 víctimas. En
enero del año siguiente, el diplomático informa que los muertos son más
de mil y menciona como fuente al representante de la United Fruit en
Bogotá. Los cadáveres habían sido llevados en trenes a la costa y
arrojados al océano Atlántico. La empresa de ferrocarriles de la región
es propiedad de la firma británica Santa Marta Railway Company, pero la
mayoría de sus acciones pertenecen a la United Fruit.
“Mi banana republic”
El neoyorkino Minor Cooper Keith también desembarca en Guatemala. En
1901, el dictador Manuel Estrada Cabrera otorga a la United Fruit la
exclusividad para transportar el correo a Estados Unidos. Después,
permite la creación de la compañía de ferrocarril como una filial de la
empresa bananera. Luego le concede el control de todos los medios de
transporte y comunicaciones. Y como si esto fuera poco, la propia firma
se exime de pagar cualquier impuesto al gobierno durante 99 años.
Estrada Cabrera –personaje central de la novela El señor presidente,
de Miguel Ángel Asturias– se mantiene en el poder 22 años, hasta que en
1920 el Congreso lo declara “insano mentalmente”, pero la United Fruit
continúa manejando los hilos de la política. El 75 por ciento de la
tierra cultivable es propiedad de dos por ciento de la población y,
dentro de ese escandaloso porcentaje, la United Fruit es la mayor
poseedora. Para entonces, hacía mucho tiempo que Keith se refería a
Guatemala como “mi banana republic”. A él deben agradecerle los
centroamericanos y caribeños la denominación.
En 1952, cuando el presidente Jacobo Arbenz intenta realizar una
cuidadosa reforma agraria en beneficio de cien mil familias campesinas,
la United Fruit sabe que se le acabarán todos sus privilegios y se pone
en marcha para evitarlo. La solución está en Washington. Uno de los
accionistas de la firma es secretario de estado del presidente Dwight
Eisenhower: se trata de John Foster Dulles, que también es abogado de
Prescott Bush, abuelo del presidente George W. Bush. Su hermano menor,
Allen Dulles, es el primer director civil de la CIA.
Sam
Smuri más conocido en la historia como Samuel Zemurray, que inició el
esquema de facilitar armas y licor para las montoneras como una forma de
conseguir influencias en los gobiernos hondureños resultantes de esos
procesos fratricidas.
Con el pretexto del “peligro comunista” en Guatemala, los hermanos
Dulles le hacen el trabajo sucio a la United Fruit. El 27 de junio de
1954, una fuerza militar encabezada por el general Carlos Castillo Armas
–que parte de los campos bananeros de la empresa en Honduras– invade el
país. Pilotos estadounidenses bombardean la capital. Arbenz es
derrocado y se exilia en México. Doce mil personas son arrestadas, se
disuelven más de 500 sindicatos y dos mil dirigentes gremiales abandonan
el país.
Castillo Armas, formado en Fort Leavenworth (Kansas), es “barato,
obediente y burro”, según el escritor Eduardo Galeano. Y asume la
presidencia. Es el hombre que la United Fruit necesita para seguir
siendo “dueña de campos baldíos, del ferrocarril, del teléfono, del
telégrafo, de los puertos, de los barcos y de muchos militares,
políticos y periodistas”. La Chiquita Brands protagonizó su último
escándalo en Colombia, donde se comprobó que desde 1997 le pagaba a los
paramilitares por eliminar a dirigentes campesinos y sindicalistas
“molestos”. Se retiró del país en 2004 y a comienzos de abril de este
año fue multada con 25 millones de dólares por una corte estadounidense,
tras admitir que pagó 1.7 millones de dólares a las Autodefensas Unidas
de Colombia (AUC) a cambio de seguridad.
La historia de la United Fruit-United Brands-Chiquita Brands es casi
interminable. Pero se puede resumir en una frase de El Padrino, de Mario
Puzo: “Una docena de hombres con ametralladoras son nada frente a un
solo abogado con una billetera repleta”. A lo largo de 108 años, el
imperio bananero ha recurrido a los servicios de unos y otros.
BIBLIOGRAFÍA
http://www. historiadehonduras.hn/Investigaciones/ElEnclaveBananero.htm
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