Tegucigalpa: ciudad para todos bajo responsabilidad de nadie
Dominicales 19 junio, 2011
Por: Rolando Zelaya y Ferrera
Poblada
en sus inicios por migrantes de la ciudad de Comayagua que con el
descubrimiento de vetas de plata, encontraron la oportunidad que se les
negó en la antigua capital, Tegucigalpa ha ido acogiendo a cada vez más
personas nacidas fuera de su jurisdicción, brindándoles oportunidades
que jamás hubieran tenido en sus lugares de origen.
Para algunos es como un nacimiento
perfectamente construido al pie de la montaña, para otros (la mayoría)
es una pesadilla que debe vivirse a diario. La estrechez de sus calles,
el tráfico desordenado y la cantidad de personas que trasiegan a diario
en cualquier tipo de transporte convierten la ciudad en una verdadera
batalla contra el tiempo. El llamado Distrito Central es la ciudad
capital de Honduras, aunque no es otra cosa más que la relación política
de dos ciudades que han crecido juntas en los últimos años llegando a
formar la ciudad más grande del país. Una es Tegucigalpa, ubicada al
pie del cerro El Picacho (1240 m.) en una cuenca formada por el río
Grande o Choluteca, a unos 990 metros sobre el nivel del mar.
La otra es Comayagüela, recién poblada
urbanísticamente en la primera mitad del siglo XIX y sede en tiempos
coloniales de la reducción de indios de Comayagua. Mientras Tegucigalpa
se encuentra a la margen derecha del río Grande o Choluteca, Comayagüela
está en el sector occidental de la ciudad; precisamente por su
orientación hacia Comayagua, durante la colonia la reducción estuvo
adscrita al Curato de Comayagua y de allí el nombre despectivo de “La
Comayagüela de los Indios”. Sede constitucional del Gobierno de la
República de Honduras, su población estimada para el 2006 fue de
1.250.000 habitantes. Los rubros industriales más importantes de la
ciudad son el comercio, construcción, servicios, textil, el azúcar y el
tabaco. Estos rubros han atraído desde los años sesenta a una infinidad
de personas de diferentes puntos del interior del país, tal como pasó
hace más de quinientos años atrás.
El dato histórico más antiguo sobre
Tegucigalpa, es el documento redactado por Don Pedro de Alvarado al
hacer el repartimiento de la Villa de San Pedro de Puerto Caballos en
1536, donde aparece el nombre de Tegucigalpa; aunque el primer documento
más fiable sobre su existencia es una carta informe de Alonso de
Cáceres en donde refiere los hechos que lo llevan a conocer el valle de
Olancho y funda la Villa de San Jorge de Olancho. Don Alonso de Cáceres
informa al Adelantado de Yucatán Francisco de Montejo “que tanto cuando
iba como cuando venía de fundar la dicha Villa pasó por un pueblo de
indios que llaman Tegucigalpa y que está en un cruce de caminos que
conectan el centro con el oriente”. Esta carta informe está fechada en
el Año de nuestro Señor de 1546, aunque a juicio del historiador Mario
Felipe Martínez es curioso que dicha población no se mencione en otros
documentos de la época, en especial los testamentos de varios españoles
ya afincados en el territorio.
Por la misma época, Santa María de la
Nueva Valladolid de Comayagua era el centro político mas importante
allende a la Capitanía General de Reyno de Guatemala. Sede de la
gobernación de Honduras y de su obispado, desde su fundación por Alonso
de Cáceres, pronto se organizó y desarrolló como ciudad. Situada en un
punto estratégico en el centro de Honduras, fue el principal polo del
tráfico de imaginería hacia las Américas, y a la vez, el corazón
político-económico de la provincia. Pese a su desarrollo, el carácter de
la sociedad colonial impide la movilidad social de nuevos miembros que,
ante la ausencia de un título nobiliario, son vistos de menos pese a
ser mas adinerados en algunos casos, que los mismos oficiales españoles.
La sociedad de Comayagua es una sociedad que practica muy bien las
diferencias sociales y las hace sentir.
Cuando en los años 1558 a 1560 se habla
de descubrimientos de vetas de plata en Guasucarán, más al sur de la
ciudad, muchos emigran a trabajar como operarios o mano de obra en las
nuevas minas. Junto con ellos la inversión de aquellos que, aunque no
pueden trabajar en el laboreo de minas, si pueden hacerlo en labores
afines: ganadería, comercio, administración, ropa, calzado, diversos
servicios. Muchos de ellos, con facilidades económicas compran tierras
en la nueva ciudad y comienzan a erigirse como la nueva élite de esa
pequeña población. Así, en el corazón de Honduras, rodeada de altos
picachos y unida por caminos de herradura con la principales ciudad del
país, Comayagua, recostada sobre el cerro Sapusuca, hoy llamado El
Picacho, se levantó la bella y acogedora ciudad de Tegucigalpa,
posteriormente capital de la República, bautizada inicialmente por los
españoles con el nombre de “Real de Minas de Tegucigalpa” y que
terminaría llamándose “Ciudad de la Villa del Real de Minas de San
Miguel de Tegucigalpa y Heredia y su Patriótico Ayuntamiento”. Este es
su verdadero nombre.
Los primeros pobladores crearon una sociedad culta y respetuosa de
las buenas costumbres y los valores; Wells afirma en su libro
“exploraciones por Honduras” que definitivamente esta era la ciudad más
culta de Centroamérica y la de mejor clima. El respeto por lo ajeno y
por las personas era firme en esas generaciones. Durante todos estos
años, la ciudad continuó su poblamiento con gentes de otros lugares,
incluyendo fuera del país, en especial después de la segunda mitad del
siglo XIX. La cultura se vió enriquecida con la llegada de alemanes,
franceses, italianos y norteamericanos que inyectaron a la sociedad
nuevos esquemas positivos a seguir. Durante los años de la Reforma
Liberal y el consecuente nombramiento permanente como capital de la
república, grupos de personas del interior emigran hacia la misma en
busca de mejores oportunidades en la capital donde hay universidades y
empleos gubernamentales; el flujo migratorio campesino continuará a lo
largo del siglo XX pero hay dos momentos cruciales en el mismo: el
primero durante el gobierno de Ramón Villeda Morales, que se inicia la
industrialización en esta ciudad y el flujo se ve fuertemente
incrementado; el segundo en los años ochenta con el resurgimiento de los
gobiernos civiles que provocan un crecimiento poblacional del 60%,
durante esta década Tegucigalpa creció de 500,000 a 1,200,000
habitantes. La migración ya no solo proviene de las cabeceras
departamentales, se incluyen también muchas aldeas y caseríos de
regiones tan remotas como Ocotepeque u Olancho.
Esto ha ocasionado un cambio en la
cultura popular, ya que con la llegada de los inmigrantes, los naturales
de la ciudad se vuelven cada día un grupo más reducido. ¿A que cambio
nos referimos? En Tegucigalpa podemos encontrar emblemáticamente
representadas las costumbres de los migrantes en cuanto a comida,
vestimenta, formas de hablar, costumbres. Es fácil encontrar
manifestaciones culturales de los demás departamentos en diferentes
perspectivas. Lamentablemente también es fácil encontrar desidia y
desinterés por la ciudad; sobre todo cuando son migrantes los que han
ejercido cargos públicos en las ultimas décadas en el país, mismos que
han demostrado poco o ningún interés en ayudar al ornato y mantenimiento
de la ciudad y que han llegado incluso a atacarla, cerrando aeropuertos
o proponiendo cambiar la capital a donde sus intereses personales
convengan. Ahora entre palacios de piedra rosada y verde y entre el
perfil de la moderna arquitectura que ambiciona los espacios, quedan
como una reliquia de los tiempos idos, sus casonas de aleros anchos y
mugrientos, sus conventos transformados, sus viejos templos de singular
belleza y “sus rincones más íntimos con sus estrechas callejuelas
pobladas de silencios y recuerdos borrosos ya por la pátina del tiempo”.
Tegucigalpa reconoce a todos como sus hijos, naturales y migrantes:
protejámosla de la destrucción total.
BREVE PRONUNCIAMIENTO
Por: Esther Alejandra García Guerra
Por: Esther Alejandra García Guerra
“Los
arqueólogos que descubrían las ciudades muertas de la antigüedad, los
autores de guías, los Cicerón que recortaban el mundo del arte europeo
en capas urbanas, contribuyeron a que se pudiera pensar en la
museificación de la ciudad antigua”.
La historicidad de una ciudad es el
resultado de un proceso temporal que construye una realidad urbana y
arquitectónica. La decisión política y social genera una realidad llena
de valores comunes que, en el momento actual, no existe, pero que
queremos mantener y enriquecer, alcanzando el mismo adecuadamente
mediante el proceso de conocimiento y difusión de cómo se produce lo que
hoy conocemos como ciudad histórica y cuales son los elementos que han
condicionado su correcta evolución.
La Ley de Patrimonio Histórico español
define el conjunto histórico como “la agrupación de bienes inmuebles que
forman una unidad de asentamiento continua o dispersa, condicionada por
una estructura física representativa de la evolución de una comunidad
humana por ser testimonio de su cultura o constituir un valor de uso y
disfrute para la colectividad”. Asimismo es Conjunto Histórico cualquier
núcleo individualizado de inmuebles comprendidos en una unidad superior
de población que reúna esas mismas características y pueda ser
claramente delimitado.
Sin embargo, Tegucigalpa hoy, como
ciudad patrimonial, o casco histórico no ha sido valorada debido a la
forma abrupta e incontrolable en que los migrantes se establecieron a
fin de asegurar sus necesidades de educación, salud, seguridad, oferta
de empleo, y gestión política en lo que, otrora fuera un poblado
provisto de un apacible, especial e inigualable paisaje y clima; poblado
favorable para el asentamiento de los intereses políticos del momento
en aquellos aspectos más importantes y de primer orden que le
permitieron por ende optar a un nombre que va más allá de la simple
clasificación territorial otorgada por la normatividad jurídica con
fines de organización política.
Por ello, es de suma importancia que los
hondureños entendamos que, los cascos antiguos de las ciudades
históricas, son depositarios de los rasgos de cultura más
representativos de la sociedad en su conjunto, y que están sufriendo
procesos de cambio críticos que, lejos de atender a sus necesidades
reales, contribuyen a su progresiva degradación y su consecuente pérdida
de identidad como elementos de cohesión cultural. Los organismos de
gestión creados para su protección y salvaguarda han sido rebasados y su
escasa o nula comprensión por parte de las autoridades estatales y la
población misma, arrastra a estas zonas de la ciudad histórica hacia la
destrucción, pérdida y tipificación de sus valores sociales y
culturales.
De ahí que, la reputación de ésta ciudad
producto de su crecimiento desordenado dentro de una urbanización no
planificada, con vías insuficientes y en mal estado, son algunas de las
ausencias regulatorias que impiden el desarrollo normal de los
requisitos fundamentales para la organización de un asentamiento
poblacional que aspire a ser reconocido y valorado como ciudad, dado
que, se ha visto envuelta y sujeta a severas críticas y precariedades
como consecuencia por una parte, de la falta de voluntad política y,
por otra, por la insuficiente disponibilidad de servicios públicos
esenciales, tales como agua potable, acueductos y alcantarillado,
energía eléctrica, y conectividad para telecomunicaciones.
La nueva realidad construida en ésta
ciudad requiere urgentemente de la revisión del concepto urbano que
implique la valoración de lo existente como objeto histórico, elemento
de análisis y estudio para enaltecer el historial memorial que permita
trascender protegiendo y conservando su pasado por medio del recuerdo de
la presencia de sus edificios y trazados urbanos considerados como
valores que se deben atesorar, puesto que os mismos implican la
agregación de diferentes estilos, épocas y necesidades sociales; siendo
el resultado la alteración, la modificación y la superposición.
Es así como, se realiza un triple
ámbito: el de lo residencial, el de la forma urbana y el de lo
monumental. De ahí que, no existe razón alguna para minimizar a
Tegucigalpa como ciudad, y además estigmatizarla considerándola como
anticuada por el proceso de la modernidad e industrialización, sino más
bien, debe ser reconocida con un valor original que nos invita a la
reflexión, producto de su historicidad y desarrollo dentro del proceso
de urbanización que ha sido trasformada por las aportaciones y
agregaciones recibidas a lo largo de los siglos, mismas que la elevan
para ser contemplada como una ciudad museificada.
Todo lo anterior, asegurará a la
población que habita ésta bella y acogedora ciudad capital de la
seguridad básica para la convivencia. Si la violencia y el desorden se
van apoderando de los habitantes, se va desdibujando la imagen de lo que
puede haberse considerado un lugar agradable para vivir en él. De otro
lado, la convivencia exige el cumplimiento de una serie de normas
mínimas de respeto por la protección, conservación y cuidado de la
infraestructura de la ciudad misma, así como por los mismos pobladores,
como ser: el abstenerse de alterar la tranquilidad con eventos sociales
excesivos en ruido, el no ocupar espacios públicos o zonas
correspondientes a propiedad privada con automóviles mal estacionados o
con improvisados puntos de venta de misceláneas y el no ubicar fábricas o
lugares de servicios en zonas residenciales.
Todos estos factores deben ser
considerados por las autoridades como una prioridad, especialmente si se
pretende que una localidad habitacional atraiga la inversión
internacional y el turismo. Para ello, es preciso respetar los planes de
ordenamiento territorial y conservar los elementos que en otra época
han permitido calificar a Tegucigalpa como lugar agradable para vivir.
BIBLIOGRAFÍA:
Galvis Cote, Jorge Humberto, “Características de una ciudad”, septiembre 2008, Vanguardia.Com Histórico.
Sánchez, Diego Peris, “El Paisaje de la Ciudad Histórica”, Marzo 2011 N°2, Informes Sobre Patrimonio Cultural, De Castilla-La Mancha.
Rubio, Alfonso Ascencio, “Ciudad histórica y casco antiguo, una propuesta turística”, 2008, Revista UNIVA, Universidad católica de México.
Sánchez, Diego Peris, “El Paisaje de la Ciudad Histórica”, Marzo 2011 N°2, Informes Sobre Patrimonio Cultural, De Castilla-La Mancha.
Rubio, Alfonso Ascencio, “Ciudad histórica y casco antiguo, una propuesta turística”, 2008, Revista UNIVA, Universidad católica de México.
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