¡CRÉALO, VIVIMOS 100 HORAS DE GUERRA EN 1969!
Dominicales 10 julio, 2011
Por: Rolando Zelaya y Ferrera
¿Por
qué razón ocurrió esta guerra, ahora negada? ¿Que eventos se sumaron
para que dos países con una herencia común se enfrascaran en una guerra
que no podían sostener?
¡UN MAL NOMBRE! El término, Guerra del Fútbol fue
acuñado por el reportero polaco Ryszard Kapuscinski, como producto de la
noción equivocada de que ambas naciones se habían enfrentado
militarmente después de que sus equipos nacionales de fútbol disputaran
una serie de partidos. También se ha dicho que la invasión salvadoreña a
Honduras era el producto de una explosión demográfica insostenible que
ahogaba al más pequeño de los países centroamericanos. Ambas nociones
son falsas, la guerra terminó enfrentándolos debido a razones seria y
básicamente económicas. Por increíble que parezca, casi todas las
operaciones militares relacionadas con la Guerra de las 100 Horas son
objeto de argumentos interminables, el conflicto hasta hoy todavía
genera largas y acaloradas discusiones y ello debido a que, para los
historiadores que pretenden estudiar el conflicto, las fuentes
tradicionales de información en estos casos -La Prensa Local- no pueden
tomarse en consideración porque ambas tanto en Honduras como en El
Salvador, actuaban como medios de propaganda.
ORÍGENES DEL CONFLICTO: Los orígenes de este
conflicto, se encuentran a principios del siglo 20, cuando las compañías
americanas United Fruit y su rival la Standard Fruit Company, operaban
en la región, y más específicamente en Honduras. Ambas compañías
transnacionales se dedicaron a la plantación y cosecha de bananos,
usando para este propósito las grandes áreas de tierra fértil que
podrían encontrarse en Honduras. Con el paso del tiempo se hizo
necesario importar obreros extranjeros, ya que los hondureños
involucrados en estas actividades se volvieron insuficientes en número.
Para ese propósito, se contrataron los servicios de campesinos
salvadoreños que vivían en la región fronteriza; regiones mal definidas
objeto de interminables demandas territoriales por ambos países.
Conocedores de las oportunidades de trabajo en Honduras, la inmigración
campesina salvadoreña aumentó y continuó aumentando durante los años
siguientes. El gobierno hondureño miró con buenos ojos la presencia de
los campesinos y en general toleró su falta de estatuto legal, debido a
que este no era un requisito para volverse ciudadanos hondureños. A
finales de la década de los años sesenta, había casi 300,000
salvadoreños viviendo en tierras hondureñas.
Por otra parte, las naciones centroamericanas estaban buscando la
liberalización del comercio de la región, enmarcado en un Mercado Común
Centroamericano (Mercomún) el cual fue establecido precisamente en 1960.
Sin embargo poco después de su creación, se hizo evidente que el país
más beneficiado con el tratado sería El Salvador, ya que sus
exportaciones aumentarían en seis veces, mientras que aquéllas de
Honduras, el país más afectado, sólo crecerían en un 50% y por lo tanto,
quedaría relegado a la categoría de nación satélite. Esto provocó que
empezara a crecer el resentimiento entre los sectores económicos
hondureños y disparó la denuncia hondureña de que los acuerdos
comerciales firmados entre los dos países, servían para que sus colegas
salvadoreños se hicieran ricos a sus expensas. Para empeorar las cosas,
los cambios políticos en Honduras terminarían trayendo un considerable
enfriamiento a las relaciones con El Salvador, y esto tendría que ver
directamente con el tratamiento de los hondureños hacia los campesinos
salvadoreños viviendo en su país, volviéndose más y más hostil.
¡HONDURAS VÁLVULA DE ESCAPE PARA LOS PROBLEMAS AGRARIOS SALVADOREÑOS! El
retorno de los campesinos a El Salvador trajo rápidamente una serie de
problemas para este país, ya que todos retornaban como desempleados, los
cuales necesitaban comida, ropa y algún tipo de abrigo, todo esto en
medio de una crisis económica que ni incluso las ventajas obtenidas a
través del Mercomún habían podido aliviar. El Salvador, dominado por
catorce familias, no había logrado estructurar un plan agrario que
incluyera a todos en un territorio tan pequeño por lo que la mayoría
emigraba a Honduras en busca de trabajo, desplazando al campesino local
al percibir salarios más bajos. Hacendados hondureños quienes en gran
medida influían la escena política, comenzaron a sentirse dañados por la
presencia de campesinos salvadoreños, argumentando que esta situación a
la larga, sólo beneficiaba al país vecino por lo que presionaron al
gobierno, exigiendo la expulsión de los salvadoreños que no habían
querido obtener la nacionalidad hondureña. En medio de estos actos, los
dos gobiernos comenzaron negociaciones encaminadas a resolver el
problema, y firmaron tres acuerdos de inmigración, el primero de ellos
en 1962 seguido por otro en 1965, y el último en 1968. La situación se
empeoró cuando un golpe de estado puso en la presidencia al General
hondureño Oswaldo López Arellano quien tenía un punto de vista muy
diferente al de su antecesor con respecto a la situación de los
inmigrantes. El número de salvadoreños expulsados aumentó. La gota que
derramo el vaso tendría lugar en junio de 1969, cuando el Gobierno
hondureño instituyó una Reforma Agraria que no tomo en consideración a
los campesinos salvadoreños, y para hacer las cosas peores, tomó sus
tierras para dárselas a los campesinos hondureños.
LA PESTE DEL FÚTBOL UTILIZADA PARA MALOS FINES.-
Con este delicado trasfondo político, estaban empezando las rondas
eliminatorias para la Copa Mundial de Fútbol Jules Rimet a celebrarse
en México el próximo año (1970), y durante éstas, los equipos nacionales
de El Salvador y Honduras se enfrentarían para obtener su
clasificación. El primer juego tuvo lugar en Tegucigalpa, Honduras, y
fue ganado por el equipo local. A pesar de la victoria a favor de
Honduras, hubo peleas entre los fanáticos de cada país, resultando
lesionados aquellos que se vieron involucrados. El segundo juego tuvo
lugar en San Salvador, y fue ganado por el equipo salvadoreño. Sin
embargo, durante las horas anteriores al juego, los aficionados locales
habían hecho sus mejores esfuerzos para hostigar a los jugadores
hondureños, demostrando una conducta claramente hostil. Durante el
juego, los aficionados hondureños también se volverían víctimas de
agresiones lo que terminó en fuertes luchas callejeras. Mientras esto
estaba teniendo lugar, hubo también problemas en Honduras, ya que
algunas casas y negocios pertenecientes a salvadoreños, eran
incendiados, mientras sus dueños eran objeto de humillación y ataques
por la chusma. Después de que el juego termino, la violencia contra los
inmigrantes salvadoreños en Honduras aumentó, causando fuertes
protestas del gobierno salvadoreño. Finalmente, el 27 de junio de 1969,
se agravaron las relaciones diplomáticas entre los dos países, mientras
al mismo tiempo, grandes números de inmigrantes salvadoreños retornaban a
El Salvador después de ser expulsados de Honduras. Al día siguiente de
la ruptura de relaciones diplomáticas, los equipos de fútbol de ambos
países se enfrentarían de nuevo. Este juego tendría lugar en México,
D.F., y sería el juego definitivo para la clasificación a la Copa
Mundial. Poco después que el juego termino, y que fue ganado por el
equipo salvadoreño, la chusma se desenfreno de nuevo en Honduras,
atacando casas y negocios salvadoreños, y dejando como resultado, varias
personas heridas.
¡LA GUERRA DE LAS 100 HORAS! Desde 1962 El Salvador
creó el llamado Plan Gerardo Barrios para la invasión a Honduras y
obtener territorio y una salida al Atlántico con el mejor puerto de
Centroamérica a su disposición. Desde ese año, diversas escaladas
militares en el territorio hondureño sucedían, en las cuáles se
secuestraba a ciudadanos hondureños y se exigía pago al gobierno
hondureño por devolverlos a su país bajo la sentencia de que “habían
sido encontrados indocumentados en El Salvador, logrando con esto que la
frontera entre los dos países se volviera tierra de nadie. El Alto
Mando salvadoreño había seleccionado como “Día D” de la campaña contra
Honduras, el 14 de julio de 1969. La guerra solo duró 4 días; 100 horas;
de allí su verdadero nombre histórico, LA GUERRA DE LAS CIEN HORAS. Se
detuvo por un cese al fuego ordenado por la OEA el 18 de Julio y que El
Salvador respetó hasta el día 20 por lo cuál se le declaró país agresor
por parte de ese organismo internacional; también terminó porque ambos
países ya no tenían municiones. Todo se normalizó y cada quién volvió a
su vida cotidiana.
¿QUÉ CONSECUENCIAS TUVO? La
muerte de aproximadamente de entre 4.000 o 6.000 civiles, y más de
15.000 heridos dependiendo de la fuente investigada; la finalización del
esfuerzo de integración regional conocido como Mercado Común
Centroamericano (MCCA) diseñado por EE. UU., como una contraparte
económica regional para contrarrestar los efectos de la Revolución
Socialista en Cuba; el refuerzo del papel político de los militares en
ambos países; el agravamiento de la situación social en El Salvador,
producto de las deportaciones desde Honduras, ya que el gobierno tuvo
que facilitar a estas personas la reinserción económica, que no se logró
satisfacer adecuadamente y aumentó la presión social que derivó en la
guerra civil que viviría el país centroamericano. En Honduras, el
recrudecimiento de la lucha campesina por la implementación de la
Reforma Agraria y por ende la represión a los grupos obreros y
campesinos, sentando las bases para lo que ocurriría en los años ochenta
con los desaparecidos. Por último, el aumento en el territorio
hondureño y la consecuente disminución territorial para El Salvador, por
Sentencia de la Corte de Justicia de la Haya quién fijo la frontera
entre ambos países. Fue una guerra que ninguno de los pueblos ganó,
solamente ganaron sus oligarquías: la guerra es buen negocio.
¡HONOR Y RESPETO A NUESTROS VETERANOS DE GUERRA!
BREVE PRONUNCIAMIENTO
Por: Esther Alexandra Garwer
Por: Esther Alexandra Garwer
“La
guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de
gentes que si se conocen pero que no se masacran” Paul Valéry
(1871-1945) Escritor francés.
En una verdad irrevocable la certeza de lo escrito por Paul Valéry
sobre la guerra, vemos cómo Honduras no ha sido la excepción en éste
tipo de estrategias postuladas por grandes y poderosos intereses de
nuestra clase política, gobernante y comercial (fuerza económica) que la
han utilizado deshumanizadamente con el único fin de mantener el
control y el status quo cimentado en el dominio reprochable e indignante
de éste determinado y conocido grupo social que, en su personalismo,
mezquindad y menosprecio por ésta nación, actúa ignorando muy
apropiadamente, principios, moral, ética, valor de la vida, y temor de
Dios, en perjuicio del bien de la mayoría así como del debido
crecimiento y desarrollo de éste país. No obstante, siendo la historia
un arma testifical y fiel para el pueblo, de ésta triste realidad, vemos
entre tantos acontecimientos históricos dignos de estudiar, como LA
GUERRA DE LAS 100 HORAS, ES LA GUERRA MÁS INTENSA QUE HA TENIDO ÉSTE
PAÍS CON OTRA NACIÓN CENTROAMERICANA, y uno de los ejemplos más claros
de utilidad y ganancia para aquellos “…que sí se conocen pero que no se
masacran”.
¿DONDE SE ENCUENTRA LA APROBACIÓN PARA INCURSIONAR EN UNA GUERRA? Cuando estudiamos el comportamiento de la humanidad a lo largo de la historia universal nos damos cuenta que, las civilizaciones antiguas fueron creadas en función de la guerra y se puede decir que la guerra es a la vez la causa y el resultado del Estado. Su presencia masiva, racionalizada y crónica ha progresado al mismo tiempo que la civilización se ha extendido y profundizado. Esto, desde que la guerra fue instituida por primera vez, enraizada en el ritual y encontrando tierra abonada en la domesticación. Puede decirse que la cultura engendra la guerra, a pesar de las declaraciones contrarias. Después de todo, el carácter impersonal de la civilización se desarrolla con el surgimiento de lo simbólico, siendo los símbolos (por ejemplo las banderas nacionales) los que permiten a nuestra especie deshumanizar a nuestros semejantes, lo cual autoriza la carnicería sistemática ínter especifica. Esto explica porque la civilización siempre ha tenido un interés en mantener estos temas cautivos haciendo pasar por necesaria una fuerza armada oficial. Es una proclama ideológica importantísima del monopolio estatal sobre la violencia.
¿DONDE SE ENCUENTRA LA APROBACIÓN PARA INCURSIONAR EN UNA GUERRA? Cuando estudiamos el comportamiento de la humanidad a lo largo de la historia universal nos damos cuenta que, las civilizaciones antiguas fueron creadas en función de la guerra y se puede decir que la guerra es a la vez la causa y el resultado del Estado. Su presencia masiva, racionalizada y crónica ha progresado al mismo tiempo que la civilización se ha extendido y profundizado. Esto, desde que la guerra fue instituida por primera vez, enraizada en el ritual y encontrando tierra abonada en la domesticación. Puede decirse que la cultura engendra la guerra, a pesar de las declaraciones contrarias. Después de todo, el carácter impersonal de la civilización se desarrolla con el surgimiento de lo simbólico, siendo los símbolos (por ejemplo las banderas nacionales) los que permiten a nuestra especie deshumanizar a nuestros semejantes, lo cual autoriza la carnicería sistemática ínter especifica. Esto explica porque la civilización siempre ha tenido un interés en mantener estos temas cautivos haciendo pasar por necesaria una fuerza armada oficial. Es una proclama ideológica importantísima del monopolio estatal sobre la violencia.
EL COSTO DE LAS GUERRAS.- Dejando
de un poco de lado lo irreparable como las bajas que se dan en ambos
lados confrontados, los heridos, incapacitados, discapacitados y cientos
de miles de familias que guardarán por siempre ése rencor por los
bandos opuestos ante la perdida de sus seres amados caídos en esas
guerras; la historia nos dice que grupos de presión oportunistas
explotan las guerras, las depresiones económicas y otras crisis. Se
aprueban más leyes y se cumplen menos, se crean ministerios, se expanden
presupuestos, se imponen nuevos tributos y la inflación eventualmente
se dispara. En la mayoría de los casos, lo que fue anunciado como
“temporal” se convierte en permanente. Los costos de la guerra son
siempre los mismos: un Estado más obeso y entremetido y, sí, también más
inflación. Los precios de los metales preciosos y otros productos
básicos, un indicador tempranero de la inflación, ya están en una fase
de alzada. Como dijo Sigmund Freud en 1915, “las guerras nos despojan de
las últimas capas de civilización para dejar al desnudo el hombre
primario que hay en nosotros”. Los gobiernos pueden ser representativos,
pero ellos y los ciudadanos no son lo mismo. En medio de nuestra
decepción, es esencial que lo recordemos.
REFLEXIÓN.- La guerra degrada y envilece nuestra
inteligencia, mofándose de cuanto llamamos civilización, cultura y
libertad. Si bien es verdad que nos hallamos sumidos en una espiral de
violencia, represión y desesperación que tardaremos años en desenredar y
desentrañar, nuestra única esperanza se cifra en afrontar con toda
honradez y rectitud lo que nosotros mismos hemos provocado. Y no
únicamente nosotros. Si queremos garantizar lo que denominamos
civilización, debemos conservar nuestra propia postura crítica frente a
la violencia, debemos mitigar el ineludible legado de indignación presa
del sentimiento de injusticia y opresión, atribuibles a un intercambio
claro y evidente de violencia recíproca. Estos candentes sentimientos lo
experimentan numerosos jóvenes al acceder a la adultez, presas de la
evidente e inequívoca incomodidad e inconformidad en una mal educada
sociedad de consumo y falta de temor a Dios que ha trocado sus ideales
morales y espirituales por otros placeres y satisfacciones que deseamos
exportar -disfrazándola de libertad y democracia- es ese mismo
consumismo, y sus consecuencias -adicciones, alienación, atomización o
desintegración social- que repercuten en forma directa e indirecta en
terribles actos de violencia visibles en nuestras propias colonias y
barrios, y que además fomentamos con la plácida noción de la guerra
virtual que primorosamente hemos concebido a fin de vencer el
pensamiento de la muerte. Las guerras virtuales son conflictos en los
que uno puede matar a otros sin necesidad ni de presenciar sus muertes
ni de asumir responsabilidad alguna por ellas. Es como si creyéramos que
apretando un botón y liquidando gente muy alejada de nosotros no
experimentaremos sentimiento alguno de culpa o aflicción… en lo que a
nosotros concierne. Y si nos detenemos en el caso de los niños y jóvenes
que están siendo corrompidos por los videojuegos -imitar la violencia
les inmuniza contra la realidad de la violencia auténtica- se trata
ciertamente de una situación peligrosa, más peligrosa para los adultos
que para los niños, extremadamente sensibles a la violencia con la que
conviven a diario. La guerra virtual es una fantasía de matanzas sin
sangre y, en consecuencia, sin responsabilidad, pesar o aflicción. La
única salida es condenar toda violencia. La historia del siglo XX nos ha
enseñado al menos que tales actos de violencia a gran escala engendran
más violencia, y que las consecuencias de tales actos son siempre
impredecibles y quienes lo pagan son los inocentes.
BIBLIOGRAFÍA
Citas y Proverbios, tal y como aparece en su versión electrónica: http://www.citasyproverbios.com/
Zerzan Jhon, Sobre los orígenes de la guerra, Green anarchy #21
autumn /winter 2005-2006 por libertad de la web anarca
http://endehors.org, retraducido al castellano por llavors d’anarquia….
Primavera de 2006.
H. Hanke, Steve, artículo publicado originalmente en la revista
Forbes el 8 de diciembre del 2003, traducido por Juan Carlos Hidalgo
para Cato Institute.
Kureishi, Hanif, “Las consecuencias de la guerra”, 2005, la vanguardia digital, España.
Excelente, me ha servido mucho.
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