Fortaleza de San Fernando de Omoa
Dominicales 8 mayo, 2011
La defensa de los puertos del Caribe
se convirtió para España en una de sus principales metas logrando crear
un circuito de fortalezas que protegiesen a las poblaciones y
embarcaciones de los ataques piratas y del contrabando inglés.En Honduras, la Fortaleza de San
Fernando de Omoa se construye para garantizar las actividades económicas
españolas en estas latitudes.
Por Rolando Zelaya y Ferrera
La defensa militar
Desde el siglo XVI, las posesiones y
embarcaciones españolas fueron atacadas por piratas y corsarios
ingleses, holandeses y franceses. En el siglo XVII estas potencias
europeas se preocuparon por apropiarse de territorios poco defendidos
por los españoles. Inglaterra se interesó por conseguir una mayor
penetración en la región del Caribe.
En la costa Mosquitia (sobre todo de
Nicaragua), la presencia inglesa en la región se remonta a 1633, cuando
una expedición enviada desde Bermuda y al mando del capitán Cammock
desembarca en la zona del cabo de Gracias a Dios y luego ocupan
Bluefields. Estos ingleses se dedicaron a actividades de trueque con los
autóctonos, ofreciéndoles ropa, cuentas de collares y otros objetos.
La
presencia inglesa en la costa Mosquitia alteró profundamente esta
región, desde todos los puntos de vista: económico, cultural, ecológico y
biológico. Durante la segunda mitad del siglo XVII, los sumus de las
zonas aledañas al cabo de Gracias a Dios se habían mestizado, debido al
aporte sanguíneo de los negros traídos por los ingleses, de manera que
propiamente devinieron en zambo miskitos. Gracias al aprovisionamiento
inglés de fusiles y machetes, este grupo se dedicó a actividades de
saqueo y pillaje en las costas del Caribe de Centroamérica. Los ingleses
también establecieron sus propios asentamientos en la costa Mosquitia.
Primero en el cabo Gracias a Dios, luego
en Bluefields y por último en Black River o río Tinto. Los colonos
británicos fueron atraídos por los productos silvestres locales como el
pino rojo, la zarzaparrilla y el cacao. También establecieron algunas
plantaciones de azúcar e índigo, empleando mano de obra esclava. En
conjunto, hacia 1750 la población de estos sitios podía ascender a
alrededor de 1,500 ingleses, sin contar los indios ni los negros.
Desde antes de mediados de la centuria,
la corona española se interesó en organizar la defensa de la costa del
Caribe, así como en elaborar un plan encaminado a desalojar a los
ingleses de las costas centroamericanas. En 1744, luego de realizar una
inspección de las diferentes posiciones defensivas en el Caribe, el
ingeniero militar Luis Díez Navarro elaboró un cuidadoso plan militar
global de defensa en Centroamérica. A principios de 1760, siguiendo el
planteamiento anterior, se planeó un ataque coordinado hacia los
diversos asentamientos ingleses establecidos en el Caribe
centroamericano.
La intención era enviar una expedición
marítima y otra terrestre que, coordinando acciones, atacaran
simultáneamente los asentamientos ingleses de Belice, Roatán y Mosquitia
para evitar la huida de los colonos. A partir de 1767, Carlos III envía
a Centroamérica un equipo de 50 oficiales y técnicos españoles, con el
fin de organizar una gran fuerza militar de 30,000 hombres. Pero los
planes no pasaron del papel a pesar del envío de 15,000 armas hacia
Centroamérica. Al final sólo pudo lanzarse otra expedición sobre Belice,
y los ingleses retomaron la ofensiva, organizándose en Jamaica un
ataque contra Omoa. Al final los ingleses tuvieron que retirarse de
Omoa, y fracasaron en su intento de apoderarse de la ruta del río San
Juan de Nicaragua. La expedición terrestre, compuesta por cerca de 1,500
hombres, fracasó, no así la marítima, que logró tomar Black River de
nuevo. Pero los españoles, luego de permanecer cuatro meses, finalmente
fueron desalojados por una expedición inglesa enviada desde Jamaica.
Después de estos años de enfrentamientos
militares en el Caribe, la diplomacia trató nuevamente de resolver lo
que no habían logrado las armas. La Convención Anglo-Española, suscrita
el 14 de julio de 1786, permitió un arreglo negociado al diferendo entre
ambas potencias: España autorizó a los ingleses de Belice para que
continuaran la tala de madera en este territorio. En contrapartida,
Inglaterra se comprometió a desalojar las islas de la Bahía,
Providencia, San Andrés, las islas del Maíz, así como los asentamientos
en la costa caribeña de Honduras y Nicaragua. En virtud de estos
acuerdos, al año siguiente los colonos ingleses y sus esclavos
desalojaron Black River y otros sitios en la costa. Algunos emigraron a
Belice, otros a Jamaica, isla de Gran Caimán o las Bahamas.
Primeros proyectos
Los primeros proyectos para fortificar
el puerto de Omoa datan de finales del siglo XVII, a raíz de que el
presidente de la Real Audiencia de Guatemala, Enrique Enríquez de
Guzmán, informara en 1685 a Carlos II la urgente necesidad de fortificar
un sitio de la región en vista del aumento de establecimientos ingleses
en Belice. Enríquez de Guzmán contaba para ello con algunas
contribuciones de cabildos civiles y eclesiásticos de Guatemala.
Se formalizó la fortificación del puerto
de Omoa con el fin de evitar el comercio ilícito de los ingleses que,
con sus bases de operaciones en Jamaica, controlaban buena parte del
Caribe, Belice y algunas regiones costeras del Reino de Guatemala. En el
plano realizado por Manzola y Rebolledo se proponía una fortaleza de
figura cuadrangular de sistema abaluartado.
Indudablemente el Castillo de San
Fernando de Omoa es una de las grandes obras materiales que recuerdan la
dominación de España en la América Central. Fue construido en la
segunda mitad del siglo XVIII con la mira de defender las costas del
norte contra los corsarios ingleses que perseguían nuestro comercio. El
ingeniero español, señor Navarro (Luis X), que visitó la América Central
en 1743-1744, reconoció entonces el fondeadero de Omoa y, en informe
extendido por él en 1745 en la ciudad de Guatemala, dijo al respecto:
“Ese puerto es el más seguro, limpio y recogido de toda la costa de
Honduras. Por cuyo motivo me ha parecido a propósito que sea
fortificado, a menos costo y riesgo que el de Truxillo.Ofrece muchas
comodidades:
1a. Podrán estar en él las embarcaciones, corsarios que S. M. tiene determinado se armen para limpiar la casta.
2a. Podrán llegar a él los registros de
este reino con mayor seguridad de sus bajeles y géneros; y concluirán su
carga a esta capital (Guatemala) con menos costo, y más breve que del
Golfo.
3a. Carenarán cuando lo necesiten, por
ser puerto á propósito para astillero bajo tiro de cañón y tener a su
inmediación maderas de cedros.
4a. Conseguirán hacer carga para
regresar con más facilidad y menos costo que del Golfo, por estar más
inmediato á la provincia de San Salvador, donde se dan las tintas que es
el mayor renglón; como también se logrará el que algunos partidos que
tienen minerales de plata y oro se pongan en corriente”.
Resultado
de este dictamen fue probablemente la orden dictada por el rey para que
en 1751 pasara a Omoa el teniente general señor Vásquez Priego, quien
dispuso se emprendieran las obras de la Fortaleza; allí murió ese jefe,
lo mismo que algunos de quienes fueron con él. Para continuar la fábrica
se discurrieron arbitrios, gravándose los añiles que se soportaban por
los puertos del sur y norte de estos países.
Algunos años después de principiada la
obra, el comercio de Guatemala tenía ya gastados en la construcción del
fuerte más de 16 mil pesos, aunque una parte de esa suma se había
invertido en la apertura del camino desde la capital del reino hasta
Omoa.
La obra terminó en 1775, bajo el
gobierno del mariscal don Martín de Mayorga. ¿Qué armamento existía en
1768? En el estado de las armas y milicias del reino de Guatemala, que
se formó en 20 de abril de 1768, aparece que en el castillo de San
Fernando de Omoa existían 6 cañones de bronce de á 24 11 de hierro de á
48, 8 de a 13. Había además cinco pedreros de á libra desmontados y
también gran cantidad de metralla, palanquetas, granadas, pólvora,
herramienta.
Ocupación por los ingleses en 1779 (20 de octubre)
y campaña del general Gálvez para desalojarlos
y campaña del general Gálvez para desalojarlos
Ocupado sin resistencia por los ingleses
en 1779, acudió a recobrarlo con tropas de Guatemala, Chiquimula y
Comayagua el gobernador general del reino, señor Gálvez (Matías de
Gálvez). Aunque en septiembre de 1821 dejó de ondear en ahí la bandera
española, fue izada de nuevo en agosto de 1832, por consecuencia de la
rebelión de Ramón Guzmán.
Mas sitiado el Castillo, se rindió al
cabo de algunos meses pagando su temeridad con la vida. En el año 1854
fue también ocupado por fuerzas de Guatemala, que se hallaba en guerra
con Honduras, siendo jefe de este último país el general Cabañas. La
escasa guarnición hondureña que allí existía estaba dispuesta a batirse
con las tropas guatemaltecas que mandaba el general Zavala, pero el
presidente general Carrera, que llegó a tiempo para evitar la refriega,
consiguió que el fuerte se rindiese a virtud de una capitulación
concluida entre él y el comandante de Omoa, señor Medina.
Bosquejo de historia documental
La Bahía de Omoa, que en su historia
reciente se ha convertido en un grande y salobre estanque, fue propuesta
oficialmente en 1685 como sitio estratégico para la instalación de una
fortaleza colonial española, debido a las condiciones óptimas de la
bahía y su proximidad a la Honduras Británica. Desde aquí la corona
española podía proporcionar protección y provisiones para sus propias
entradas, proveyendo abastecimientos a cambio de bienes de exportación a
los colonizadores frecuentemente necesitados.
La aceptación del plan final de dicha
Fortaleza (propuesto por un cierto conde de Aranda, director general de
ingenieros de los Reales Ejércitos, el 15 de diciembre de 1756), era un
compromiso económico que dio lugar a una innovación en el diseño
militar. Evidentemente, el castillo de cuatro baluartes (de probada
excelencia estratégica) fue relegado para dar paso a una construcción
más barata. Por esto, aunque una fortaleza de tres baluartes siguiera
teniendo un diseño controversial, tenía la clara ventaja de ser
económica. La Fortaleza misma, sin embargo, fue la última de una serie
de fortificaciones principales construidas en Omoa.
El Recinto E Real, cuyas paredes aún se
yerguen adyacentes a la Fortaleza, fue establecido como guarnición
temporal para proteger los pertrechos, las tropas y los obreros en los
comienzos de la construcción de la Fortaleza. Anterior en fecha y
rodeando a El Real, aunque ya no visible sobre la superficie del
terreno, había una empalizada de madera que databa probablemente del año
1752, el mismo año en que se inició la construcción del recinto.
Esta empalizada se levantó
provisionalmente y, con toda probabilidad, fue derribada por los colonos
españoles una vez que El Real fue defendible. La estructura interior de
El Real comprendía un conjunto de almacenes, oficinas administrativas,
barracas, capilla, etcétera, tal como lo indicaba el Plano de Albarez de
octubre de 1756. Para 1779, tales edificios interiores habían sido
sustituidos por dos almacenes que ofrecían un espacio adicional al
proporcionado por las bóvedas dentro de la Fortaleza más amplia. Según
parece, los edificios originales fueron desmantelados para aprovechar el
material en la época del ingeniero Murga (1769-1773) (Zapatero
1972:178). Puesto que el muelle permaneció en el portón occidental de El
Real, las paredes del recinto probablemente fueron dejadas en pie como
un obstáculo defensor, una vez que la actividad militar principal se
concentró en la Fortaleza.
La construcción de la Fortaleza misma no
se inició hasta el 18 de septiembre de 1759 y, a decir verdad, nunca
fue terminada. El brigadier Agustín Crame, el último emisario oficial
citado por Zapatero, al ser enviado a inspeccionar la Fortaleza en 1779,
documentó el estado inconcluso de la construcción. Los dos estudios de
1972 confirmaron que, a pesar de cualquier clase de labor que pueda
haberse continuado después de 1779, jamás se concluyeron las obras
principales de la cortina circular y del glacis. El presente estudio
complementa las investigaciones de Zapatero y Téllez, dando un sinnúmero
de detalles que ponen de manifiesto el estado inconcluso de las obras.
Demoras,
insuficiencias, cambios y obras inconclusas marcan la historia de la
construcción. El clima tropical, con su sofocante calor y lluvias
torrenciales, infestado de enfermedades, debió ser sólo uno de los
obstáculos para el trabajo y la construcción. El sitio elegido para la
Fortaleza resultó ser de arena marina floja que no fue estabilizada o
reforzada antes de construir los cimientos, las grandes grietas visibles
actualmente en la escarpa fueron el resultado de tempranos hundimientos
de los cimientos en el lecho arenoso. Desde su ocupación más temprana,
muchas de sus bóvedas pudieron haber tenido la misma atmósfera fangosa y
húmeda que presentan también hoy. El transporte de tierra para el
relleno, de piedra de río, ladrillos y otros materiales de construcción,
era un asunto lento y costoso. La calidad de los ladrillos era baja,
así se explica en parte la erosión de las bases de algunas paredes y la
presencia de tantos ladrillos molidos y quebrados en los rellenos del
piso.
Sin lugar a dudas, otro factor que
complicó las cosas fue el cambio de los dirigentes de la construcción,
cuando menos hubo tres ingenieros responsables de supervisar las
actividades en 16 años. La localización final de la entrada principal no
se encuentra documentada hasta el 23 de marzo de 1770 y no fue
reconocido el cambio en la correspondencia con la corona sino hasta
después del 28 de agosto de 1772, lo cual es un testimonio del largo
tiempo que tomaba establecer la comunicación oficial.
Este cambio de la entrada principal
generó a su vez otros cambios, como la ubicación de las cuadras de los
guardias, cuartos de oficiales en servicio, cuarto del comandante,
etcétera, algunos de los cuales son evidentes en la arquitectura aún en
pie (cuartos de la guardia y oficiales en servicio en la Bóveda 11). Sin
embargo, varios cambios y agregados importantes no aparecen en ningún
plano oficial posterior al traslado de la entrada principal. Por
ejemplo, la ubicación de las cocinas ni está documentada. Tampoco está
clara la utilización concreta de 21 de las 31 bóvedas, debido a la
ausencia de instalaciones fijas en ellas y de referencias en los
documentos. Además, los cimientos visibles de los tabiques, al igual que
aquellos expuestos mediante excavaciones controladas, revelan cuando
menos tres casos en donde la construcción de paredes de tabique nunca se
continuó sobre las superficies de los cimientos. Un mínimo de tres
superficies de pisos nunca fueron terminadas.
La Fortaleza colonial, en su corta
historia, se defendió dos veces de los ataques navales al imperio
español. El 20 de octubre de 1779 la Fortaleza, aún inconclusa, cayó en
manos de los ingleses por cerca de cinco semanas, siendo recuperada por
refuerzos al mando de Matías de Gálvez, procedente de Guatemala. Cuando
ocurrió este primer ataque, la guarnición contaba con menos de 100
hombres, incluyendo oficiales, es decir, con solamente 22 por ciento de
la fuerza necesaria para una efectiva defensa. Más inadecuadas aún eran
las municiones y abastecimientos: solamente 25 de 69 cañones estaban
presentes y en buen estado; se contaba con aproximadamente 25 por ciento
de las balas de cañón y 12.5 por ciento de los mosquetes necesarios;
carecían casi completamente de plomo, piedra de chispa y pólvora. España
no sólo se había visto obligada a aceptar el compromiso de un diseño
militar todavía no probado, aunque económico, sino que la corona ahora
también era incapaz de complementarla y abastecer con personal y
pertrechos una pequeña instalación que había sido considerada lo
suficientemente importante al iniciarse su construcción tres décadas
atrás.
En 1823 la Fortaleza se defendió con
éxito contra el mercenario Luis Aury, pero no por contar con superiores
fuerzas. La barrera natural de manglares al norte de la Fortaleza y la
colocación estratégica de los cañones fuera de ella, contrarrestó la
acción de los atacantes y los desanimó a seguir luchando. El ataque de
1779 es, por varias razones, de particular importancia. Primera: la
comunidad entera, de más de 200 casas, fue supuestamente incendiada
hasta los cimientos (mapa británico, circa 1779) creando, de ser así, un
contexto sellado precisamente fechable. Segunda: el mapa de Crame,
1779, ubica e identifica muchos de los edificios en el exterior de la
Fortaleza que pudieron haber sido destruidos por el fuego. Tercera: el
mapa de Martínez, del 6 de febrero de 1780, ubica una fragata británica
hundida durante la batalla, una verdadera cápsula de tiempo. Cuarta: el
mapa británico de la batalla confirma y aclara la extensión de la
construcción del fuerte y la localización de varios elementos, como la
residencia del gobernador en La Loma y el horno de cal contiguo al
fuerte.
No tenemos referencias históricas acerca de la comunidad ya restablecida. Solamente fue posible suponer, en espera de confirmación, que la vida continuó como antes con la mismas familias, la misma industria y, muy posiblemente, con la misma ubicación de los edificios de la comunidad de 1779.
Después de la independencia de Honduras
en 1821, la bandera española flameó una última vez en el baluarte sur.
En 1832, una fuerza contrarrevolucionaria tomó San Fernando, pero fue
sometida rápidamente el mismo año por las tropas enviadas por Francisco
Morazán. Con esto, la caída del imperio español en Honduras fue total,
lo cual, como se ha observado anteriormente, comenzó en etapas con el
compromiso económico, prosiguió con el mantenimiento inadecuado y
finalizó con las concesiones políticas. La historia de San Fernando
durante las primeras siete u ocho décadas de la independencia de
Honduras es muy oscura; por lo menos informantes locales no registran
nada sobre este periodo ni tampoco hay detalles de archivo. Mediante
decreto de 1909, sin embargo, comenzó para la Fortaleza un periodo de
dudosa notoriedad que perduró cinco décadas: hasta 1959 San Fernando fue
uno de los presidios nacionales más temidos. A partir de entonces, el
Recinto El Real y la Fortaleza de San Fernando se convirtieron en
monumentos nacionales bajo la protección del IHAH.
Para la arqueología, el éxito español y
su último fracaso son fuentes productivas de información. No sólo están
intactos la Fortaleza y el Recinto, sino también los cimientos y los
muros de un número no menor de cinco estructuras coloniales españolas en
La Loma, sin mencionar numerosos cimientos y paredes del asentamiento
colonial y dos hornos completos cerca de Milla Tres. La fragata hundida
promete aportar un contexto de fechas tan precisas como no podían
esperarse mejores, además de ser fácilmente accesibles a la arqueología
marina. Excavaciones en la comunidad misma pueden ofrecer un mayor
acopio de datos, puesto que aquella también puede aportar un contexto de
edificios quemados y abandonados a corto plazo y, por lo tanto,
precisamente fechable.
Los planos hallados proveen una riqueza
de datos que incluye la ubicación general de las estructuras adicionales
no perecederas, como una fragua, una armería, un horno de pan, entre
otras. De las excavaciones en la comunidad se podría obtener la
información necesaria sobre asuntos referentes a la clase y magnitud de
la industria en las instalaciones coloniales españolas, su organización
social y su grado de dependencia de la corona. Afortunadamente para la
investigación colonial en Omoa, se cuenta con el mapa de Crame, del 17
de abril de 1779, por cierto, inmediatamente anterior a la destrucción
del pueblo, en el cual se ubican los edificios de la comunidad con un
precisión tal, al punto de distinguir entre los vecindarios de las 75
familias blancas y aquellos de los 600 esclavos de la corona.
Con estos datos se tiene una base lo
suficientemente sólida para comenzar investigaciones históricas y
arqueológicas de profundo alcance. Además, aún existe una buena cantidad
de datos de archivo, por ejemplo, libros de bautismo, escrituras de
propiedad, entre otros, que pueden esclarecer las variables sociales,
económicas y logísticas que una vez jugaron un papel en este sistema muy
especializado de comunidad. Los diferentes niveles de interrogantes de
carácter antropológico en general, y arqueológico e histórico en
especial, que emergen de una situación tal, son de gran trascendencia y,
en este caso concreto, muchas pueden ser contestadas.
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