Industrialización y comercio capitalista: los inmigrantes (Parte I)
Dominicales 14 agosto, 2011
Por: Esther Garwer y Rolando Zelaya y Ferrera.
En
América los inmigrantes gozaron de una serie de ventajas y privilegios
que en la generalidad de las constituciones latinoamericanas aparecieron
para estimular el poblamiento y mejorar los horizontes económicos.
La inmigración es el traslado voluntario de personas de un país a
otro a fin de establecerse en forma definitiva o prolongadamente para
ejercer una actividad de beneficio personal. En el caso de la
inmigración europea hacia América, desde mediados del siglo XIX tuvo un
carácter colectivo, pues los países jóvenes y recién independizados se
vieron en la necesidad de aumentar su número poblacional ofreciendo como
contraparte el aliciente de la riqueza y el trabajo que brindaban ricos
y despoblados territorios.
Desde la época de la república federal, tanto José Cecilio del Valle
como Francisco Morazán estuvieron abiertos a las políticas de
colonización que vinieran a impulsar el desarrollo económico de la
región, siempre y cuando se respetaran los fueros soberanos y la
dignidad de nuestros pueblos. Francisco Morazán, en particular, estuvo
interesado en estrechar los lazos políticos, económicos y amistosos con
los liberales de la vieja guardia napoleónica y con los liberales de la
Francia constitucional del periodo del rey Burgués, Luis Felipe de
Orleáns . La misma Constitución Federal establecía que “la república es
asilo sagrado para todo extranjero, y la patria de todo el que quiera
residir en su territorio”.
En Honduras, el proceso de inmigración se inició cuando, durante el
gobierno del general José María Medina, se promulga la primera Ley de
Inmigración, el 26 de febrero de 1866. De acuerdo con investigaciones
realizadas por estudiosos de la historia de nuestro país, el primer
inmigrante en poner pies en suelo hondureño fue Carlos Dárdano, natural
de Cerdeña, Italia, con lo que desde 1838 se inició la llegada de
extranjeros , quienes se instalaban en su mayor parte en la costa
atlántica y el sur de Honduras. Una muestra más clara de ello es el
hecho de que, atraídos por la oportunidad que daba el gobierno con los
trabajos para la construcción del ferrocarril, el 3 de mayo de 1867
arribaron a San Pedro Sula 61 inmigrantes norteamericanos; otro ejemplo
es que Carl Von Scherzer haya sido el primer viajero alemán que visitó y
dejó testimonio escrito de Honduras en su recorrido por la América
española en 1853 .
El gobierno reformador de Marco Aurelio Soto (1876) y los que le
siguieron, coincidieron temporalmente con el fenómeno de la inmigración
masiva de Europa hacia América, que surgió entre 1860 y 1930, la que se
debió en su mayor parte a la desocupación y el marginamiento
socioeconómico provocado por la Revolución Industrial y por las
persecuciones ideológico–políticas del momento. Aprovechando la
situación, la renovada proyección socioeconómica y política que se
estaba gestando en Honduras contempló estimular y atraer parte de esa
inmigración europea a territorio nacional para imbricarla en el
desarrollo nacional, especialmente en el ámbito productivo y comercial.
La idea era que la llegada de los inmigrantes al país atraería no sólo
capital sino también técnicas agrícolas y artesanales modernas. De
acuerdo con el Censo General de la república de Honduras, verificado el
15 de junio de 1887, los extranjeros se resumían a 185 norteamericanos,
77 españoles, 72 franceses, 1,033 ingleses, 43 alemanes, 4 rusos, 2
suizos, 13 italianos, 4 belgas, 2 daneses, 1 holandés, 1 portugués, 1
brasileño y 1 chino, sin contar los centroamericanos y otros
hispanoamericanos como México y Colombia.
Honduras recibió una corriente
migratoria, mayoritariamente procedente de Europa, Oriente Medio y
Estados Unidos, la cual pasó a insertarse en las actividades productivas
comerciales en el ámbito urbano y, en un menor grado, en el ámbito
agrario, como se muestra en la incipiente economía bananera de la Costa
Norte durante ese periodo. Las iniciales actividades económicas de los
inmigrantes fueron beneficiadas por el auge de la producción
primario–exportadora, de tal manera que lograron en poco tiempo ampliar
rápidamente sus actividades, constituyéndose en un poder económico
secundario (luego del enclave bananero) en el país; los árabes y judíos
en el norte y los alemanes y otros europeos en el sur. Según Murga
Frassinetti, “fueron sobre todo los inmigrantes alemanes y
secundariamente italianos y franceses, quienes aprovecharon el auge
minero de fines de siglo pasado entre 1880 y 1895, que dinamizó las
regiones ubicadas entre el centro del país y el Puerto de Amapala.” Si
bien es cierto que el sur de Honduras se vio ocupado en su mayoría por
europeos, cierto es también que en la costa atlántica, árabes y
palestinos, apoyados en la Ley de Extranjería del 10 de abril de 1895,
engrosaron el caudal de extranjeros en el país, siendo su momento de
mayor apogeo entre 1880 y 1930.
Es en el sur de Honduras donde comienzan a surgir casas comerciales,
bajo las denominaciones y propiedad de José Rossner, Teodoro Kohncke,
Roberto Motz, Jorge Schmuck, Luis Stiehle, Enrique Kohncke, Francisco y
Ernesto Siercke, Pablo Ulher, Erick Paysen, Federico Dreschel, Pedro
César Abadie, A. Leitzelar, Ricardo Streber, Otto Eurcher, A. Bermhort,
Federico Werling, Juan Stradtmann, Carlos Dárdano, Hugo Rinker, José y
Miguel Tavarone, Hipólito Agasse, Juan B. Gattorno y Demetrio
Bennedetto. En términos generales, los grupos de inmigrantes europeos
incluían familias o individuos que criaban a sus hijos en estas tierras,
otros contrajeron matrimonio con jóvenes de la localidad o mantuvieron
relaciones extramaritales con mujeres a quienes regalaban casas y
propiedades. No parecían ajenos a la sociedad local y, a diferencia de
la zona norte, el proceso de integración fue increíblemente acelerado,
al grado de que en los primeros 25 años de este siglo ocuparon puestos
políticos de importancia en las comunidades donde se situaban, a manera
de ejemplo podemos mencionar que, en 1909, Francisco Gattorno se
encargaba de guardar las colectas de los derechos municipales en
importaciones y exportaciones de mercaderías.
Pese a que, sobre todo los europeos, lograron tener cierta influencia
en el campo político, la Ley de Extranjerías de 1895 prohibía a los
inmigrantes inmiscuirse en las disensiones civiles del país, por lo cual
su acción política estaría limitada a guardar prudencia. Sin embargo,
las guerras civiles ocurridas durante el primer cuarto de siglo XX
involucraron a los inmigrantes involuntaria o voluntariamente. Es sabido
que en Pimienta, Cortés, algunos palestinos fueron colgados por los
dedos y su dinero robado a punta de pistola, en vista de que el
comandante local les había pedido una contribución de 500 dólares a cada
uno, a lo cual se habían opuesto. En el caso de aquellos inmigrantes
que se vieron involucrados voluntariamente, la forma más común fue
integrar a militares de carrera en los procesos de militarización, de
tal manera que unos fueron contratados como asesores para el gobierno de
Honduras, como Alfredo Labró, Luis Oyarzún; otros fueron aventureros,
como Lee Christmas.
No sólo los europeos disfrutaban de las ventajas de las nuevas leyes
de migración hondureñas, también algunos americanos se vieron
beneficiados, como el caso de Antonio Maceo y Máximo Gómez , exilados de
Cuba al fracasar la primera etapa de la guerra de independencia cubana.
El gobierno de Marco Aurelio Soto le confirió a Gómez el grado de
general en 1876 y recibió del Congreso Nacional de Honduras la cantidad
de cinco mil pesos para hacer llegar un grupo de exilados cubanos, entre
ellos, además del mismo Gómez, Antonio Maceo, José Joaquín Palma y
Francisco de Paula Flores . En el caso de Gómez y Maceo, Soto los puso a
cargo del Ministerio de Defensa, con miras a constituir el Ejército
Nacional; Tomás Estrada Palma, quien llegaría a ser presidente de Cuba,
se hizo cargo del Correo Nacional . En el caso de José Joaquín Palma,
llega a Honduras el 3 de julio de 1878 y 25 días después es nombrado
secretario privado y poeta de la Corte en el gobierno, además de
secretario de la Sociedad de Amigos, de la que Rosa mismo era presidente
. Con el apoyo del gobierno, en 1882 publicó el primer libro de poesía
en Honduras: Poesías con un prólogo de José Martí, quien visitó
Honduras en 1878, y una introducción de Marco Aurelio Soto. Años más
tarde, en 1910, Paulino Valladares afirmó que “el poemario se vendió en
todas las oficinas administrativas gubernamentales del país y por esa
causa el libro fue conocido hasta en los lugares más apartados” . Esto
muestra un poco el resentimiento de los hondureños hacia los
extranjeros, cosa que también reconocen los poetas Martí y Rubén Darío
posteriormente . Estos privilegios también se verían reflejados en la
inserción de los mismos en el aparato productivo nacional.
Aunque esta inserción privilegiada en el
sistema productivo y educativo nacional fue eficaz, también es cierto
que durante la Primera y Segunda Guerras Mundiales, los ciudadanos
alemanes e italianos se vieron afectados por embargos que el gobierno de
Honduras realizó como política de los aliados a Estados Unidos para con
los ciudadanos de países considerados enemigos en los conflictos. Más
vigorosa fue la segunda confiscación: en el año de 1941 el gobierno de
Honduras ordena el congelamiento de todos los bienes de los alemanes
residentes en el país y varios meses después ordena el remate de los
mismos. Algunos de los alemanes considerados de mucho cuidado por la
embajada de Estados Unidos son deportados a campos de concentración en
aquel país, a otros se les permite sobrevivir en suelo hondureño
mientras podían trabajar. Los alemanes, aun después de la guerra, no
pudieron recuperar su antigua preeminencia comercial como resultado de
la no devolución de sus bienes y propiedades por parte de la
administración de Carías Andino. Ellos llegaron a constituir el sector
empresarial más dinámico y pudiente de la región centro y sur del país,
controlando los renglones más lucrativos del comercio de importación y
exportación, vía Amapala-San Lorenzo, con una red de sucursales
distribuidas en grandes y medianos centros poblacionales con un exitoso
sistema de ventas al mayoreo y al detalle, expandiendo sus actividades
económicas hacia otros rubros, como haciendas, beneficios de café,
representaciones, banca, fábricas, embotelladoras, procesadoras y hasta
una línea aérea. Más que una confiscación de bienes, el embargo
significó un estancamiento económico, en especial de la zona sur del
país, que no dejó de afectar el resto de Honduras.
FUENTES:
Leiva Vivas, Rafael. Presencia de Máximo Gómez en Honduras, Tegucigalpa, Editorial Universitaria, 1978, pp. 22-23.
Op. Cit.
Argueta, Mario. Historia de Honduras, ESP, 1978, p. 110
Funes, José Antonio. Froylán Turcios y el modernismo en Honduras, Premio Estudios Históricos Rey Juan Carlos I, 2004, Litografía López, 2006, p.25.
Acosta, Óscar. El pensador y su mundo: Rafael Heliodoro Valle, vida y obra, Tegucigalpa, Editorial Nuevo Continente, 1973, p. 11.
Valladares, Paulino, ¿Para qué?, reproducido en Ariel, Tega, III Etapa, 6 de octubre de 1972, p. 6.
Funes, José Antonio, Froylán Turcios… Op. Cit, p 26.
Leiva Vivas, Rafael. Presencia de Máximo Gómez en Honduras, Tegucigalpa, Editorial Universitaria, 1978, pp. 22-23.
Op. Cit.
Argueta, Mario. Historia de Honduras, ESP, 1978, p. 110
Funes, José Antonio. Froylán Turcios y el modernismo en Honduras, Premio Estudios Históricos Rey Juan Carlos I, 2004, Litografía López, 2006, p.25.
Acosta, Óscar. El pensador y su mundo: Rafael Heliodoro Valle, vida y obra, Tegucigalpa, Editorial Nuevo Continente, 1973, p. 11.
Valladares, Paulino, ¿Para qué?, reproducido en Ariel, Tega, III Etapa, 6 de octubre de 1972, p. 6.
Funes, José Antonio, Froylán Turcios… Op. Cit, p 26.
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